Amanda era una niña muy extraña, desde pequeña las muestras de su fuerte e irreverente carácter se dejaron sentir. Desde que abría los ojos, los gritos reclamando atención, eran más bien alaridos que daban la impresión de maltrato físico, pero al instante cesaban y se le escuchaba reír.
Sus cambios de humor tan repentinos y sin razón aparente, fueron el motivo para que los psicólogos la declararan bipolar. Pero algo les decía a todos que eso sobrepasaba con creces la bipolaridad, lo de ella estaba fuera de contexto clínico y social. Pasaba de la tranquilidad a la ira con una facilidad pasmosa.
Todo el que la conocía la adoraba, su cara angelical, esa mirada diáfana y melosa… Cuando estaba por las buenas era adorable y cariñosa. Nadie aceptó ese diagnóstico, se llegó a la conclusión de que estaba poseída por algún mal espíritu. En ocasiones cantaba y reía feliz, y al momento lloraba con rabia y amargura...
Un día, saliendo de la escuela se detuvo en seco en medio del pasillo, puso sus manos en cruz y agarró tan fuerte a una compañera que la hizo desmayar del dolor. El silencio se apoderó del lugar y ella gritó endemoniada “Váyanse al carajo”. Hasta las paredes retumbaron, y al minuto siguiente estaba inclinada sobre su compañera, tratando de auxiliarla, sin entender lo que había pasado. Le gritaron a coro “déjala, bruja”, y Amanda se marchó llorando.
En el camino se detuvo frente a una casa que parecía estar abandonada, nunca la había visto y se sintió atraída, se acercó y para su sorpresa la puerta estaba entreabierta. Al entrar, un frío intenso le hizo sentir deseos de salir corriendo, pero algo la detuvo, fue la fotografía de un hombre cuyo rostro le pareció familiar, junto una mujer embarazada, que en su vientre se leía la palabra “Sandra”. Al lado de la fotografía había un extraño libro, ambas cosas descansaban sobre un viejo y horrible mueble.
Caminó hacia él, abrió el libro y sus ojos fueron directos a un párrafo que narraba el nacimiento de una niña, cuyos padres desaparecieron al mes siguiente, y la niña quedó al cuidado de un pariente que vivía en otro lugar.
En letras muy pequeñas se hacía constar que la madre había ido a visitar a una bruja para poder concebir, le fue concedido el deseo con una condición, debían llamarla Sandra. Al nacer la niña, ambos padres decidieron nombrarla Amanda, así la desligaban del hechizo de la bruja y no heredaría sus poderes como ella les había dicho.
A sus ocho años esto fue demasiado para Amanda y rompió a llorar, y entre lágrimas pudo ver todo tan claro como si hubiera estado pasando en ese momento, supo que era hija de una bruja y nada ni nadie podía cambiar eso.
Agarró la fotografía y el libro, salió de la casa abandonada y esta desapareció por arte de magia, y en sus oídos una voz le repetía, tu nombre es Sandra, Sandra, Sandra…, y con una risa fantasmal, esa misma voz amenazaba con repetir lo sucedido con sus padres.
Al llegar a la casa encontró a su medio hermano tirado en el piso en una extraña posición fetal pidiéndole ayuda, cuánto se parecía al hombre de la foto que resultó ser su padre. Lo recostó diciéndole no temas, todo estará bien, solo que a partir de ahora debes llamarme Sandra, ¿podrás hacerlo hermano? Le mostró la fotografía y él sorprendido y adolorido asintió. Ella pidió una ambulancia.
Aunque nunca le dijo que eran hermanos siempre cuidaba de ella y de alguna manera, al ver que nada podían hacer los psicólogos, decidió buscarle la vuelta y evitar a toda costa molestarla, al parecer la quería pues aceptó sus cambios de humor.
Ella sabía que no tenía mucho tiempo para salvar a su hermano, tampoco a quién recurrir y confiarle todo esto, pues la casa abandonada no estaba, el libro, y el nombre en el vientre, solo eran visibles para ella, o si estaban en sus manos.
Leyó todo el libro y volvió a ver la fotografía, besó el vientre de esa mujer y pidió perdón. Sintió escalofríos al pensar en la bruja, en que la volviera a convidar o le arrebatara lo único que tenía, su medio hermano.
Un miedo atemorizante de que decidiera venir por ella y decirles a todos quién era, la hizo tomar una decisión, juró cumplir con lo que la bruja pidió, y una sensación de paz la invadió.
A la semana siguiente la volvieron a bautizar, con el nombre, Sandra, eso bastó para que cambiara radicalmente, ahora es serena y alegre la mayor parte del tiempo y recuerda muy poco su vida como Amanda, pero cuando alguien suele llamarla así, una fantasmal risa aflora y sus ojos momentáneamente cambian de color.
Su hermano dice que con el tiempo se le pasará, pero ella sabe que muy poco queda de Amanda en ella, pronto Sandra hará uso de sus poderes y nadie se atreverá a meterse con ella jamás.